
Foto: Victor Llorente
Luis Rojas Marcos. Médico, psiquiatra, profesor de la Universidad de Nueva York, su trayectoria profesional es apasionante e inabarcable en pocas líneas, aunque considero que hay una palabra que resume dicho recorrido y que también describe la parte de él que he tenido el honor de conocer: GENEROSIDAD; en mayúsculas.
Su dedicación y pasión por ayudar a los demás es sencillamente emocionante. Sin duda, gracias a seres humanos como él, el mundo es un lugar mejor.
Querido Luis, qué fortuna que nos haya regalado una joya tal como el siguiente texto. Pasen y lean.
Mia Men
Desde muy pequeños nos hablamos a solas, tanto en voz alta como en voz baja. En 1930 el psicólogo suizo Jean Piaget se percató de la importancia de hablarse a uno mismo o dialogar con interlocutores imaginarios durante la infancia. Piaget observó que los pequeños empiezan a hacer estas reflexiones en voz alta alrededor de los tres años y notó que “hablándose a ellos mismos los pequeños experimentan placer”.
Los monólogos de los niños de tres o cuatro años mientras pintan o juegan carecen de función social. Incluso cuando están acompañados hablan por su cuenta, sin preocuparse de ser oídos o comprendidos. Y si uno les pregunta por qué se hablan tanto, los pequeños suelen responder sonrientes: “¡Porque me gusta!”
En la edad adulta, las conversaciones privadas nos ayudan a guiarnos para perseguir objetivos, superar retos y resistir circunstancias adversas. Está ampliamente demostrado que hablarse a uno mismo ayuda a enfocar la atención, a concentrarnos en los pasos que debemos dar y a mantener la confianza para conseguir las metas que nos proponemos. Además, el lenguaje privado puede ser muy eficaz a la hora de conseguir mediante reflexiones internas estados saludables de tranquilidad y paz mental.
Pese a estos efectos beneficiosos de los soliloquios, desde que ponemos los pies en la guardería o en el colegio, cuidadores y maestras solo nos educan en cómo hablarles a los demás: “Luis, no interrumpas”, “pide las cosas por favor”, “da las gracias”, “sé amable y respetuoso con los demás”. Y si nos descubren hablándonos a solas la reacción suele ser negativa y nos llaman la atención.
Una vez adultos, la mayoría practicamos los monólogos privados con discreción, pues en nuestra cultura hablar a solas está estigmatizado con la marca de la rareza o incluso de la locura. Aunque en los últimos veinte años, gracias a la ubicuidad de los móviles, se han hecho más naturales las imágenes de personas conversando en voz alta con interlocutores invisibles.
La realidad es que desde pequeños la persona con la que pasamos más tiempo y la que ejerce más influencia en nosotros es uno mismo. Tiene sentido, pues, estudiar a fondo este lenguaje privado y aprender a hablarnos de la forma más constructiva y saludable.
Debo matizar que los conceptos que expongo a continuación sobre las conversaciones internas también son aplicables a las lenguas de signos. Hoy se emplean numerosos lenguajes de signos en las comunidades de sordomudos que son tan precisas y emotivas como las lenguas habladas y, del mismo modo, requieren transformar imágenes, ideas y emociones en símbolos que se representan internamente, así como con las manos y los gestos faciales.
Hablarnos para gestionar la vida (Luis Rojas Marcos: Somos lo que hablamos. Penguin Random House, 2019)
Los seres humanos disponemos de un departamento ejecutivo que se encarga de sopesar y programar nuestras decisiones, con el fin de facilitar la realización de nuestros planes. Estas capacidades mentales directivas se consolidan, poco a poco, a lo largo de la infancia y la adolescencia. El lenguaje privado es el instrumento principal de nuestras funciones ejecutivas a la hora de dirigir nuestro rumbo vital. A través de nuestros soliloquios administramos la energía de que disponemos, programamos estrategias y guiamos nuestros actos para alcanzar nuestras metas. Todo esto apunta al enorme potencial que ofrece el uso constructivo del lenguaje privado. Veamos los aspectos más significativos.
1. Nombrar interiormente para retener, captar y pasar página
Desde los tres o cuatro años utilizamos el lenguaje privado y la repetición en voz baja y alta para grabar en nuestro cerebro nombres de personas y cosas. Una vez en el colegio, repetimos como papagayos los tiempos de los verbos, las capitales de los países y otros datos importantes para aprenderlos “de memoria” o “de carrerilla”. Y de mayores, si queremos recordar un número de teléfono que nos acaban de dar, lo repetimos una y otra vez para que no se lo lleve el borrador automático que limpia constantemente los depósitos de la memoria.
Nuestros monólogos también resultan muy útiles a la hora de percibir o localizar objetos. Por ejemplo, si antes de entrar en el supermercado nos decimos en voz alta los nombres de los artículos que vamos a comprar, los encontraremos más rápidamente que si solo los pensamos. Los rescatadores de supervivientes de desastres que articulan interiormente el nombre o los rasgos de las víctimas que buscan, las encuentran antes.
“Las ideas no duran mucho, hay que hacer algo con ellas”, decía Santiago Ramón y Cajal. Este ilustre médico navarro, descubridor de las neuronas y premio Nobel de Medicina en 1906, subrayó la importancia del lenguaje privado en la retención de conceptos. Antes de salir de casa nos preguntamos: “¿se me olvida algo?”, “¿me llevo el paraguas?”. También nos recordamos cosas que debemos hacer “acuérdate de felicitar a la abuela, que mañana es su cumpleaños”, nos autocriticamos “¡has metido la pata!”, nos perdonamos “no ha sido para tanto…eres humano”, nos animamos “venga, adelante, hoy es tu día”, nos tranquilizamos “¡cálmate!, ¡tranquilo! no exageres”, y hasta nos reñimos, como los tenistas que se abroncan en voz alta después de fallar un saque.
Numerosos estudios demuestran la utilidad de las auto-instrucciones. Por ejemplo, cuando estamos aprendiendo a conducir nos decimos «el pie sobre el acelerador, las manos en el volante, más lento en la curva que viene, ahora pon el intermitente…» De hecho, si impedimos los soliloquios en una persona durante ejercicios que requieren concentración y fuerza de voluntad, reducimos su capacidad para llevarlos a cabo con éxito. Hablarnos también nos ayuda a distanciarnos emocionalmente de una situación comprometida y a controlar mejor nuestra emotividad.
Por cierto, se acostumbra a pensar que el perdón supone un intercambio verbal entre ofendido y ofensor. Sin embargo, en muchos casos no se cumple este requisito. El lenguaje interior nos permite perdonar a solas. En estos casos, perdonar se convierte en un discurso íntimo, privado, emocional que requiere motivación y valentía. El objetivo principal de este perdón es liberarnos del rencor enquistado, del lastre paralizante que supone seguir considerándonos víctimas, para poder pasar página. Como escribió Desmond Tutu, el obispo anglicano de Suráfrica que recibió el Premio Nobel de la Paz en 1984, “sin perdón no hay futuro”.
2. Lenguaje privado y autocontrol
El control de los impulsos es una cualidad fundamental para vivir y convivir. El autocontrol requiere motivación y fuerza de voluntad. Son muchas las investigaciones que demuestran que los soliloquios pueden convertirse en una herramienta esencial para autorregularnos y tomar decisiones en situaciones comprometidas.
Hablarnos adecuadamente en el momento oportuno fortifica nuestra capacidad para frenar nuestros impulsos y nos ayuda a controlar nuestro comportamiento en situaciones estresantes, lo que nos permite gestionar momentos difíciles y mantener un estilo de vida saludable. Quienes bloquean el lenguaje privado tienen más dificultad para controlarse y actúan más frecuentemente de formas impulsivas.
De pequeños nos decimos a nosotros mismos las cosas que debemos hacer y las que no, de acuerdo con las instrucciones que recibimos de los adultos. Buena muestra de ello es esa niña de tres o cuatro años que está sola en su cuarto y movida por la curiosidad se acerca a un enchufe eléctrico en la pared, que su madre le ha prohibido tocar porque es peligroso; a medida que acerca su mano a la toma eléctrica se repite en voz alta: “¡no!”, “¡no tocar!”
En la infancia aprendemos también que hablarnos en voz alta en la oscuridad no sólo disminuye el miedo que sentimos, sino que incluso puede ayudarnos a encontrar la salida a la luz. Unas palabras de apoyo y un consejo en voz alta nos distancian de la amenaza que nos abruma y nos permiten tomar decisiones constructivas. Además, el lenguaje privado refuerza nuestra capacidad para mantener la atención en lo que es importante y no distraernos.
Este es el caso de las expresiones de aliento que nos decimos en el gimnasio para no tirar la toalla “¡sigue!, ¡no te rajes!, ¡esto es bueno para ti!”. Y en situaciones conflictivas nos recomendamos “¡cuenta hasta diez!” para evitar el enfrentamiento.
En circunstancias de peligro el miedo puede hacerse tan abrumador que se convierte en pánico. Quienes se hablan a si mismos para tranquilizarse y planear cómo salir del trance se protegen mejor del pánico y tienen más probabilidades de sobrevivir. Escuchar la voz de nuestro sentido común y los razonamientos y consejos de nuestra propia intuición nos ayuda a tomar medidas protectoras eficaces para salvar el pellejo.
En definitiva, hablarse a uno mismo nos hace más eficaces, pues no solo alivia el temor y estimula la confianza en nuestra capacidad para llevar a cabo el trabajo en cuestión, sino que además facilita el autocontrol y la toma de decisiones en situaciones de prueba. Por eso, la mayoría de las personas que se paran a pensar en el papel que juegan sus soliloquios reconocen su utilidad a la hora de regular su conducta, convivir en armonía y dirigir razonablemente su programa de vida.
3. Soliloquios que sustentan la resiliencia (Luis Rojas Marcos: Estar bien aquí y ahora, HarperCollins, 2022 )
La resiliencia humana es un atributo natural de supervivencia, que consiste en la mezcla de resistencia y flexibilidad, los dos ingredientes fundamentales que nos ayudan a encajar y superar los cambios y adversidades, a adaptarnos y a reinventarnos. Un elemento fundamental de la resiliencia es localizar el centro de control dentro de uno mismo. Ante cualquier reto o amenaza, quienes piensan que pueden programarse para salir adelante resisten mejor que quienes están persuadidos de que sus decisiones no cuentan, por lo que ponen sus esperanzas en fuerzas externas, como el destino, la suerte, o en el popular “que sea lo que Dios quiera”. Los primeros se sienten protagonistas y actúan con determinación, mientras que los segundos tienden a considerarse espectadores de los acontecimientos. Y una vez que superan la situación, la explicación “me salvé del accidente porque soy un buen conductor” es más reconfortante que “¡no me maté porque Dios no quiso!”
Hablarnos es una estrategia muy efectiva para fortalecer la resistencia física y mental en momentos espinosos. Las palabras estimulantes que nos decimos alivian la sensación de agotamiento, nos animan y alimentan la motivación. Igualmente, es importante aprender a utilizar monólogos internos que nos ayuden a guiarnos y aconsejarnos para evitar enfrentamientos innecesarios y gestionar constructivamente nuestro día a día.
Las personas que evocan con palabras desafíos pasados que superaron tienden a confiar en sus posibilidades de superar los retos presentes. Por ejemplo, “lo lograste en la última prueba y lo lograras en esta”. Por el contrario, si el recuerdo es de una situación desfavorable en la que fracasaron, el mensaje que se dan es de desconfianza.
El lenguaje privado de los deportistas es un buen ejemplo de soliloquios programados para nutrir la resistencia y flexibilidad que componen la resiliencia. El objetivo de sus monólogos es alimentar la confianza en sí mismos y la firme expectativa de triunfo “¡lo conseguirás!”, “¡tú puedes!”. En deportes de equipo como baloncesto y futbol las expresiones de ánimo a uno mismo en voz alta tienen un impacto añadido, pues intimidan al contrincante que las escucha. Además, los monólogos les sirven para darse instrucciones en momentos difíciles de la competición como “sigue la pelota”, “ahora es el momento”.
A la hora de participar en maratones, los soliloquios en prosa o en verso, que se repiten de forma monótona para uno mismo, generalmente en voz baja, sirven para facilitar la concentración mental en una idea o en un lema, lo que protege de las preocupaciones o los temores que interfieren con la motivación.
Resulta curioso que, si observamos a corredores de fondo en las competiciones, cada día más populares, en las calles y parques de las ciudades, todos llevan una expresión seria, pensativa, como mentalmente concentrados interiormente en algo significativo. La sonrisa no está presente en las caras de estos competidores, excepto cuando se encuentran inesperadamente con un amigo o un familiar entre los espectadores o cuando recurren a un amago de sonrisa forzada ante la posibilidad de ser captados por alguna cámara al cruzar la meta.
Un aspecto del lenguaje privado que contribuye a la estabilidad emocional en muchas personas es la meditación. La práctica regular de la meditación ayuda a enfrentarse mejor a una amplia gama de enfermedades crónicas, así como a situaciones estresantes; y al aumentar los niveles de dopamina en la sangre estimula sentimientos de bienestar y satisfacción.
4. Lenguaje interior y autoestima
Con apenas dos años, las criaturas reaccionan alegremente cuando se ven en un espejo, con expresiones como “¡ese soy yo!”. Hacia los cuatro años construyen una narrativa privada de sí mismas, que a menudo tiene connotaciones de valoración o autoestima: “soy una niña buena”, “soy un niño fuerte”, “soy travieso”.
Con los años, la autoestima se convierte en una opinión subjetiva y personal. A la hora de valorarnos cada uno enfocamos aspectos diferentes de nuestro yo, según nuestras prioridades particulares. Por ejemplo, la apariencia física, la habilidad para relacionarnos con los demás, la capacidad intelectual, la aptitud para conseguir las metas que perseguimos, o los rasgos de nuestro carácter que nos ayudan a sentirnos eficaces y satisfechos en el día a día. Aunque no faltan personas que a la hora de valorarse también incluyen atributos de su familia o de seres cercanos. Asimismo, es importante distinguir la autoestima narcisista que se basa en capacidades y talentos que alimentan el sentimiento de superioridad sobre los demás, y a menudo dan lugar a conductas autoritarias destructivas.
En mi experiencia, la información más reveladora que nos puede dar una persona es el contenido de sus conversaciones privadas cuando se habla a sí misma sobre sí misma. Y es que la autoestima es un ingrediente determinante de nuestra sintonía interior, de nuestra seguridad y de nuestra disposición ante la vida.
Cuando analizamos la forma de valorarnos interiormente, se hace evidente que los juicios que hacemos de nosotros mismos tienen un componente de pensamiento “¿qué es lo que pienso de mí”, “¿cuánto me valoro?” y otro de sentimiento “¿cómo me siento conmigo mismo?”. Si nuestro juicio de valor es favorable, el sentimiento que lo acompaña es placentero, pero si nos consideramos inadecuados, nos sentimos mal. Las palabras de condena a uno mismo van unidas a sentimientos de culpa y decepción. Nuestro cerebro se encarga de asegurar esta congruencia entre lo que pensamos y lo que sentimos.
Los soliloquios tienen el poder de moldear la autoestima, fortalecerla o debilitarla a través de las observaciones que hacemos de nosotros mismos. Hay comentarios privados que nos hacen sentir competentes y otros que nos producen sentimientos de culpa o de fracaso. Sin duda, las reflexiones a solas de las personas que se infravaloran suelen estar cargadas de desconfianza, inseguridad e incluso de críticas mordaces. Con esto no quiero decir que no sea conveniente permitirnos una autocrítica razonable.
La autoestima positiva va acompañada de expresiones de competencia y de sentimientos de satisfacción. Los seres humanos abrigamos la necesidad de aceptarnos y apreciarnos. Si nos escuchamos, notaremos que alimentamos nuestra autoestima mencionando nuestra capacidad de amar, nuestros principios sociales justos o éticos, las conductas socialmente provechosas o nuestra habilidad para alcanzar las metas que nos proponemos. De hecho, hay personas que vienen al mundo con una desfavorable carga genética o crecen en un medio familiar adverso, pero que gracias a su buen trabajo de introspección y a la forma positiva de comunicarse consigo mismas, logran desarrollar una autoestima saludable.
La vida sería insufrible sin una dosis de razonamientos íntimos comprensivos y consoladores. Ante conflictos en nuestras relaciones, problemas laborales o reveses en nuestro día a día, es importante que nuestro lenguaje privado sea tolerante con nosotros mismos, que no nos sobrecarguemos de culpa. Igualmente, es esencial que demos argumentos positivos a nuestros comportamientos y a las experiencias que vivimos. Esto explica que en general nos sintamos más responsables de nuestros éxitos que de nuestros fracasos y atribuyamos los logros a la propia competencia y los fallos a la mala suerte.
Aprende a hablarte
Aunque nos pasamos mucho más tiempo hablando con nosotros mismos que con otras personas o en público, no solemos fijarnos en nuestro lenguaje interior, ni tratamos conscientemente de mejorar nuestros soliloquios. Sin embargo, aprender y practicar el arte de hablarnos es de gran utilidad. De ahí el viejo proverbio de que, para ser felices lo primero es estar contentos con nosotros mismos.
Cuando analizamos nuestras conversaciones privadas una pregunta importante es cómo nos tratamos: las cosas que nos decimos cuando nadie nos escucha; suelen ser ¿positivas o negativas?, ¿constructivas o destructivas?, ¿nos tratamos con comprensión o somos intolerantes?, ¿nos infundimos esperanza o desánimo? Por lo que respecta a nuestros soliloquios una regla de oro es “no te digas a ti misma lo que no quieres que te digan los demás”, “háblate a ti mismo como te gusta que te hablen”.
Hablarnos y animarnos a gestionar nuestros comportamientos en nuestro lenguaje privado nos ayuda a neutralizar emociones negativas, a resistir condiciones estresantes y a protegernos de sentimientos de impotencia o indefensión. Por ejemplo, es importante estar atentos a nuestros soliloquios y no permitir que alimenten la distancia entre los aspectos reales y los aspectos idealizados de nuestra persona, porque en la sutil frontera entre realidades e ideales se encuentra nuestra satisfacción con la vida. Y son las metas posibles y alcanzables las que, a fin de cuentas, nos sirven de fuerza motivadora y nos gratifican. Evitemos imponernos expectativas inalcanzables o “deberías” perfeccionistas que irremediablemente, socavan nuestra autoestima y satisfacción con la vida en general.
En conclusión, es obvio que el ser con quien pasamos más tiempo y más hablamos es uno mismo. Sin embargo, son pocas las personas que se paran a analizar cómo se hablan a sí mismas y muchas menos las que tratan de mejorar su lenguaje privado. Prestar atención a nuestros soliloquios y mejorarlos para que cumplan al máximo su potencial constructivo y saludable es, sin ninguna duda, una inversión altamente rentable.
Luis Rojas Marcos